domingo, 27 de febrero de 2011

UN ATARDECER TRICOLOR


¿Quién hubiera dicho que nuestro planeta Tierra con una  edad de 4400 a 4500 millones de años girando alrededor del sol se ha deleitado con un nutrido número de atardeceres?. Aunque en contraparte miles de especies han visto su atardecer por diversos factores desde un gran meteorito hasta el cambio climático.


Ella, Itzel una joven tarahumara que vive en el norte de México en una de las pocas comunidades Tarahumaras que existen en las zonas más altas de la Sierra Madre Occidental;   ha terminado su larga jornada de trabajo se dispone a colocar la leña que su esposo ha cortado en el bosque cercano para abatir la fría noche. Una lechuza provoca que levante su mirada  sus pómulos se contraen y sus grandes ojos oblicuos se dilatan para ver la belleza que se perfila al horizonte, un atardecer tan bello que sólo es perceptible en aquella región remota del territorio mexicano. Una gama de colores desfilan antes sus ojos una tonalidad anaranjada y rosada  se conjunta con el grisáceo de las nubes, ella al ver el sol muriendo al filo de la montaña se remonta a la leyenda que le contaba su abuela sobre el origen del sol que ayudó a centenares de tarahumaras a cultivar su tierra. Ella continúa observando este fenómeno natural hasta el anochecer mientras los últimos gélidos vientos invernales comienzan a soplar contras sus mejillas.

Mientras tanto en otro punto de la república mexicana él señor mira su reloj que marca las 6:30 pasado meridiano, esto le indica que ha llegado la hora de salir del trabajo en oficina y salir a tomar las últimas muestras del día que ayudan a analizar las huellas que deja el jaguar en el fango; él, un biólogo mexicano de edad madura, con la comisión de contabilizar los últimos felinos salvajes que aún se encuentran en su estado natural en aquella selva remota de la península de Yucatán; camina pocos kilómetros y observa detalladamente el suelo; siente pisar los suaves musgos provocados por la humedad del área, cuando de pronto, su marcha se ve detenida  al ver lo que al parecer, son las eses de un felino debajo de un frondoso árbol característico de la región. Se cerciora que en realidad sea residuo de un felino, y va más allá lo palpa; se encuentra con que seguía caliente esto significaba que el jaguar podía estar cerca; observa a su alrededor procurando hacer mínimos movimientos para evitar cualquier  ruido y asustar al animal, que podría estar en el lugar; espera unos minutos en completo silencio, presiente que ya no se encuentra ahí sino en un lugar distinto tal vez acechando su próxima presa; y luego,  el científico decide tomar un descanso, en un gran tronco situado ante él. Coloca su espalda en la superficie resbalosa de la corteza  y cierra los ojos un momento. Escucha varios sonidos provenientes de la copa del árbol, que  le hacen abrir sus parpados inmediatamente, imagina que puede ser uno de las muchas especies de pájaros comunes de la selva, y al levantar su cabeza  ve una figura esbelta, reposando sobre las altas ramas, recibiendo los últimos rayos del atardecer; sus largos años de experiencia le obligan a contener la respiración y mantenerse inmóvil, tratando de descifrar a través de la posición y el tamaño de las manchas de la piel del animal, el nombre de uno de los pocos jaguares existentes en la reserva; sin lograrlo, del todo,  por la poca luminosidad que había. Mas decide mantener la vista y observar el atardecer que se filtraba por el espacio despejado entre las ramas de aquél frondoso árbol, los colores rosados y violetas abrían paso a la oscuridad y cree apreciar las primeras estrellas que se difuminaban entre las ligeras nubes con tonalidad anaranjada, ve pasar una parvada de aves que al mezclarse con las estrellas, nubes y el cielo transforman la imagen en una hermosa pintura al óleo con la esperanza de un jaguar, uno de los pocos sobrevivientes que seguramente espera más atardeceres en las copas de los árboles.

Al mismo tiempo, en una paradisiaca playa en el otro extremo del país en la península de California, una joven pareja disfruta del descanso en la arena, sus manos unidas dan a conocer a la brisa, el amor y la confianza que se tienen mutuamente, ellos esperan el atardecer sabiendo que quieren envejecer y continuar con la posibilidad de observarlo juntos, buscando sentir lo mismo que en esas añoradas vacaciones. Ante los dos pares de ojos, ven como el astro rey se va sumergiendo en las profundidades del océano, tiñendo las aguas  del Pacífico y su cielo, en un rojizo claro, la cresta de las olas ya no son blancas sino rosas, las nubes también dejaron su blancura, convirtiéndose en unos afelpados algodones rosados. El mundo color de rosa así lo veían los enamorados, un crepúsculo que desearán mantener en su memoria el resto de sus años.

El mundo sigue, rotará todos los días, el sol nace con los amaneceres y muere en los atardeceres, el día que esto se detenga, se romperá el ligero equilibro de la vida y la muerte, que rigen todos los ciclos.


JORGE EDUARDO DE LEÓN MARTÍNEZ.


jueves, 24 de febrero de 2011

Mi pequeño dedo índice


Transcurría el 14 de abril del año de 1999 estaba en apogeo mi niñez, recuerdo con nostalgia como la maestra del Kinder escribía la fecha en el pizarrón; me gustaban los nueves que me enseñaban a escribir el encabezado de mi pequeña libreta de anotaciones.

Daban las 2:00 PM de la tarde, como cualquier día cotidiano  escolar a esa hora todos los niños nos preparábamos para regresar a nuestras casas, las maestras nos iban sacando uno por uno en cuanto indicaban que nuestros padres habían llegado,  tengo vagos  recuerdos del nombre de mi maestra el cual creo que era Esther; ella me guió guiándome por los pasillos justo antes de llegar a las escaleras que conducían a la planta baja del edificio me pidió la mano para evitar una caída pero yo con gran recelo la mantenía atrás cerca de mi espalda, comenzamos a descender la escalera hasta llegar al descanso donde ahora me exigió la mano, un infante no tuvo  otra opción con suma vergüenza tome su mano que indicaba lo peor que imaginaba que podía ocurrir sucedió descubrió mi pequeña adicción y mal hábito algo que no habían logrado corregirme en casa, lo primero que hacía al despertar mi única vía para conciliar el sueño CHUPARME EL DEDO, su cara de sorpresa me dio un gran miedo.

Pensé soy un buen alumno, cumplo regularmente con la tarea, me comporto  de una buena forma, no tiró la basura en algún lugar que no sea el bote de basura creía profundamente que no merecía una queja ante mis padres, pero todo parecía indicar que eso era lo que ocurriría les comentarían a mis papás y lo peor al resto de mis pequeños compañeros, una fuerte presión transgredía mi pecho, el temor ebullía de mi mente así como el sudor emanaba de mi mano con la marca en el dedo índice que corroboraba el acto de chuparse.
Llegamos al último escalón sentía la mirada de los fantasmas que me empezarían a atormentar en los siguientes días, cruzamos el comedor donde todos los días a punto de las 12:00 nos daban nuestro alimento diario, a lo lejos veía a mi padre como de costumbre sonriendo en dirección hacia mi pequeño ser ante mi inminente llegada.

Me encontraba sumergido en mis terribles pensamientos de lo que podría suceder, mis compañeros burlándose mis padres terriblemente decepcionados, pero aún tenía la esperanza que mi buena maestra iba a comprender mi adicción que ya no concordaba con la edad.

Llegue a los brazos de mi padre llorando me sentía un poco consolado por pequeños lapsos de segundo al sentir su piel tocar la mía, cuando mi intranquilidad volvió al escuchar la voz de la maestra SU HIJO SE CHUPA EL DEDO.

Ahora recuerdo con un toque cómico ese episodio de mi vida, pero empiezo a comprender que  la mayoría de los problemas se crean en tu mente y por cada año que transcurre de tu vida los problemas irán creciendo respecto a tus responsabilidades pero las soluciones a ellos serán infinitas.

JORGE EDUARDO DE LEÓN MARTÍNEZ