Por Jorge De León
El domingo de Pascua cuando regresaba de un viaje de vacaciones de la Ciudad de México junto con mi familia, fuimos interceptados por un automóvil de reciente modelo en la autopista México- San Luis Potosí, a la altura de Cerritos, cuyos tripulantes con arma en mano nos obligaron a parar, nos golpearon y despojaron del carro.
A mis papás y mis dos hermanas los hicieron subir al vehículo de ellos, mientras a mí, dos mujeres me sujetaron bruscamente y me vendaron los ojos y me ataron las manos con cinta. En el interior del carro de mi familia, me obligaron con palabras ofensivas a responder preguntas privadas, para ese momento parecía que todo era un sueño, pues todo sucedía tan rápido.
Los dos automóviles se condujeron por una vereda de terracería, y luego de amenazas, golpes y humillaciones, quedamos boca abajo cerca de un potrero. Después escuchamos los coches encenderse y arrancar a todo motor, nos liberamos y pudimos darnos cuenta que sorprendentemente todos estábamos bien.
Caminamos por la desolada vereda y después de unos minutos vimos milagrosamente una camioneta pasar, la detuvimos para pedir ayuda. Dos pobladores accedieron a llevarnos en su camioneta de redilas a la autopista, por fortuna, estos dos héroes anónimos nos salvaron, pues en el camino, vimos nuestro coche y el otro pasar a toda velocidad de regreso a donde nos habían dejado.
Al llegar a la caseta de la autopista, los campesinos, (padre e hijo), nos ofrecieron una ayuda económica. Lloré de felicidad al ver estas dos sencillas personas desprenderse de mil 400 pesos para dárselos a unos desconocidos; impresionante generosidad, son esas acciones que nunca olvidaré.
En la caseta recibimos atención inmediata de los policías y trabajadores. En especial el jefe de mantenimiento, otro ser solidario que nos auxilió en su troca hasta la central más cercana.
¿A qué voy con todo esto?, que pese a que vivimos uno de los momento más traumáticos de nuestra vida, nos dimos cuenta, que somos más los mexicanos buenos que los malos. Fueron cinco las personas que nos agredieron, pero más del doble los seres que nos ayudaron incondicionalmente.
Ahora, me gusta creer que aún existe gente que ofrece un brazo de ayuda para levantarte. Creer que nuestro país ha sido construido por esas personas que desde sus oficios y labores se convierten en salvadores de otros.
Ese mismo camino de sufrimiento, esa vereda siniestra, se convirtió gracias a los buenos mexicanos en el camino de esperanza para el día siguiente. Cierro con esta frase del pacifista Mahatma Gandhi “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.